2010/05/12

POSTDATA DESDE PATAGONIA

Chile, Golfo de Ancud. 7.30 am. Las nubes han bajado a refrescarse en las aguas del Océano Pacífico. Sobre los miradores dispuestos en la cubierta del barco, los turistas intentan atravesar con los lentes de sus cámaras la densa neblina que cubre el lado oriental de la Isla de Chiloé, mientras unas ágiles focas marinas saltan entre las espumas rabiosas que van dejando las turbinas de la embarcación, como huellas de sal.

Navegaremos durante veinticuatro horas hacia la XI región de Aysén, acompañados por fuertes vientos que vienen desde el oeste y del sur. El recorrido por mar evoca sutilmente la travesía que debieron afrontar los antiguos colonos, pero llama mi atención que aún se mantenga este aislamiento geográfico de la zona por la inexistencia de rutas terrestres.

Al llegar a Puerto Chacabuco, continúo el viaje por tierra pasando por Aysén y luego bordeando el río Simpson hacia Coyhaique. Durante el trayecto pueden verse los brazos desmembrados de la Cordillera de los Andes que se estiran hasta alcanzar, fraternalmente, los últimos tramos de la Cordillera de la Costa —que se interna en el mar por la Península de Taitao—, reuniéndose en un cuerpo de roca impenetrable. Coihues, mañíos y alerces nos observan en silencio, como esperando que alguien diga la primera palabra o tenga el primer pensamiento. Estos paisajes son una fuente de sentido, ajenos a la memoria de la historia, inabarcables para nuestras miradas, cada hoja, semilla, árbol, raíz o grano de tierra, oculta una historia desconocida. Una confesión.

La geografía originaria de América Latina siempre será, para mí, un entrañable laberinto liberador. Cada vez que puedo volver a viajar por sus paisajes, me reconcilio con una parte del pasado, vuelvo a recorrer mi infancia y las noches de una adolescencia que hoy parece ficticia. Por cada poro de la naturaleza americana respiran el mito, la fiesta [rito], la vida, la muerte y el nuevo nacimiento. Raíz y destino se funden en un abrazo de fuego.

La Patagonia es un país en sí misma. Con un millón de kilómetros cuadrados de paisajes abundantes y autárquicos, habitados por lagos, fiordos, ríos, pinturas indígenas, fauna endémica y glaciares, los Campos de Hielo Norte y Sur albergan, además, una de las reservas de agua dulce más grande del mundo. Navegantes, misioneros y exploradores arriesgaron su vida por llegar a estas tierras que abarcan vastas regiones de Chile y de Argentina. En la actualidad, sus habitantes aspiran a vivir en una región descentralizada, con una buena calidad de vida basada en la conservación de sus atributos ambientales, pues tienen el privilegio de residir en paisajes que, además de ser una interesante realidad geológica y territorial, han pasado a formar parte de una construcción cultural que ha reflejado su capacidad de relacionarse en distintos ámbitos naturales.

Hoy han llegado los empresarios y los oportunistas a jugar sus cartas trucadas. El proyecto esta vez se llama Hidroaysén —impulsado por Endesa y Colbún (empresa de la familia Matte)— y consiste en la creación de cinco centrales hidroeléctricas, dos en el río Baker y tres en el río Pascua, caracterizados por su cuantioso caudal y su biodiversidad. Desde el gobierno militar, la inexistente política en materia de energía chilena quedó en manos de privados y la Concertación no ha sido capaz de enmendar este camino. Actualmente, gran parte de la matriz energética del país depende del gas —se importa el 99% del gas que consumimos— y la necesidad de diversificar esta fuente de abastecimiento, frente al carbón y el petróleo, no tiene cuestionamientos. Si pensamos que los impactos medioambientales serán irreversibles —tendidos eléctricos de dos mil kilómetros que pasan por nueve regiones, riesgo de derrumbes, embalses que afectan ecosistemas y especies de fauna sensibles, transportes de carga, dinamitaciones y un largo etc.—, la pregunta es: ¿será Hidroaysén un mal necesario? Quizás cuando las energías alternativas —solar, eólica, mareomotora— dejen de ser alternativas, conoceremos la respuesta. Al continuar este viaje por Patagonia, e intentando no caer en las retóricas ecologistas de moda, siento que una vez más se está apostando por una solución fácil que traerá beneficios multimillonarios a unos pocos… los de siempre. Este escenario natural despierta un insondable sentido de identidad, memoria y encuentro, pero seguimos creyendo que todo tiene un precio… y lo vendemos.

Álvaro Hamamé V.
Periodista y Realizador Audiovisual