2006/08/05

CARTA DE SILVIO A ISABEL

Mi querida Chabela La Habana, 6 de abril de 1992

Me llena de emoción, y de responsabilidad, lo que me pides: unas palabras para la primera edición que se hace (cosa que resulta increíble) de las partituras de las canciones de tu mamá -y en cierta medida de la mía y de lo que se da en llamar Nueva Canción Latinoamericana- Violeta Parra.

Y ya montado en el intento, descubro que responsabilidad y emoción son la amalgama de conciencia y sentimiento que debiera orientarme. Sin embargo me temo que no voy a poder ser muy científico, aunque me gustaría.

Dejemos, pues, hablar primero a la memoria.

Fue una tarde avanzada, cuando casi nos íbamos después de un día de almuerzo y plática, cuando Haydée Santamaría nos dijo que nos quedáramos otro poco, y tras desaparecer por un instante regresó con un pequeño tocadiscos que colocó en el suelo penumbroso, y nos dijo “quiero que escuchen a una chilena”.

No sé si Pablo o Noel la habían oído (creo que alguno de ellos sí), pero a mí sólo me había llegado su nombre.

Entonces Haydée, que sabía ver en la oscuridad, enchufó el aparato, extrajo el disco, lo puso y apretó todo lo que había que apretar para que la música empezara a salir, silueteando el silencio.

Era una voz con un hermano Roberto; una que acusaba el recibo de una carta con una diatriba desesperada en compás ternario, con una cólera impecable, con un timbre tan honesto que me recordó a María Teresa Vera, con una antigüedad y al mismo tiempo con un sentido tal de porvenir que me dejó perplejo.

¿Qué coño es eso?, me dije, esta mujer es un peligro. Y sí, Violeta es muy peligrosa, y sobre todo para mí que andaba en busca de lo mío, y con mucha facilidad podía acomodarme a las maravillas (me había pasado con los Beatles, me pasaba con Buarque y con la seductora ambrosía de Yupanqui).

“Run Run se fue pa’l norte” y “Volver a los 17” -¿para qué hablar de “Gracias a la vida”?-, “acabaron” conmigo. Pero cuando salté, y luego vi saltar a Leo Brouwer aún más alto, fue con “El gavilán”.

“El gavilán” musicalmente es la tesis de continuidad y ruptura más contundente que le había escuchado a un cantor latinoamericano. Era compromiso y libertad, ortodoxa e iconoclastía, era un “embutido de ángel y bestia”, como dirá don Nicanor, el caballero verde.
Para Violeta Parra el maquillaje no existía, por eso, aun cuando se ponga de moda ser folklórico, va a ser inabarcable, hay cosas que las modas no podrán alcanzar, ni los ismos ni ciertas corrientes.

Se puede poner de moda una manera de cantar, de hablar, de vestirse y hasta de ser (o aparentemente que se es); pero la tierra, las montañas, el mar y el cielo fueron desde hace mucho configuraciones esenciales, como la Viola, y como ella dejaron su señal, vaya después el Universo adonde quiera ir.

Bueno: ésa es la parte de autoctonía que se le suele ver a la Violeta, la otra, la funcional, la que trasciende la semilla e inventa un mundo propio, siempre contemporáneo, es la cuestión menos comentada de su arte.

Quizá sea tarea de la ciencia -con conciencia- ese análisis. Lo cierto es que no está completa la justicia, y ya le falta mucho, hasta que se proclame su condición de espuma junto a la de sedimento. Y es que Violeta Parra, que venía de tan hondo, que era parte de lo primigenio, usaba esta sabiduría para saltar a lo nuevo, como defendiendo las raíces desde la exuberancia del follaje.

Virtud de los elementos, Violeta Parra.

Silvio